Las listas de ventas me saludan
y la felicidad de saberme un triunfador
—según los parámetros actuales de éxito—
masajea mi ego, me aporta calma
y cierta seguridad.
También ayuda a mi bolsillo.
Hasta aquí todo en orden.
Pero por dentro,
una vez detenida la ola de la vanidad
permanece activa,
desde el primer poema que escribí,
esa pregunta:
si alguno de estos poemas cumplirá con eso
con lo que verdaderamente sueño,
ser valioso para alguien;
si alguna de mis líneas, alguna vez,
provocarán una emoción imborrable
en un lector futuro.